Bolaño 1, otro post sin la reseña prometida

Si lo prometido es deuda y además está por escrito, no hay excusas que valgan. Manida introducción.
No menuda, que también, sino manida/o: sobado, dicho de un asunto o de un tema: Muy trillado. 
¡Ay amigos!, que uno tiene ya una edad y más responsabilidades y menos tiempo y más ganas. 
Leo mucho, eso sí, demasiadas lecturas en paralelo, unos 14 libros. Me pasa con la lectura casi como con la comida: no sé decir no, ni quiero. Así que cuando se dispara una lectura conjunta interesante -todas lo son- me apunto aun sabiendo que difícilmente podré seguir el ritmo de los demás (casi siempre porque tengo la mesita de noche llena a rebosar de muchos libros que quiero leer antes de morir y de los que leo alguna página antes de dormir). 
No sé por qué cuento todo esto, tal vez sea una excusa por llegar tarde con esta entrada, tal vez por ir a destiempo en todo, tal vez porque simplemente me dejo llevar y no quiero borrar lo escrito, o, lo más probable, porque me doy cuenta, cada vez más, de lo efímero que es todo, de cómo una fotografía te puede hacer recordar aquello que ya te enseñó la vida, una lección ya aprendida pero que el paso del tiempo -entrar de nuevo en el engranaje de esta sociedad que vive con prisas- y la rutina, sobre todo la rutina, te habían obligado a olvidar. Y al final resulta que se trata de una lección tan simple...: aprovechar el momento, el tiempo, disfrutar de los tuyos y pasarte por el orto (argentinismo) los asuntos banales y demás preocupaciones absurdas, besar mucho y abrazar y decir te quiero, decírlo y sentirlo, y no esperar nada, nunca se debe esperar nada. 
He dicho.

Ahora la introducción sigue siendo manida pero tiene más sentido para lo que viene a continuación.  

El pasado sábado 1 de junio visité en el CCCB el archivo Bolaño. Un día inolvidable, no lo voy a negar. A veces me cuesta admitir mi lado mitómano, me jode aceptarlo, pero al final debo rendirme a ciertas evidencias, ahí están Auster, Murakami, Bukowski, Vonnegut, Vila-Matas, Stevie Ray Vaughan, Morrissey/Smiths, Iván Ferreiro, Cerati y El Último de la Fila (sobre todo los tres primeros discos) o David Lynch (Lost Highway en concreto) y claro está, Bolaño. Pero con Bolaño es distinto, no es mitomanía, no quiero que lo sea, yo no leo a Bolaño por el mito, lo leo porque "2666" me dio un bofetón y una buena patada en la entrepierna, pasé dos semanas con dolor de estómago, y aunque para algunos eso sea repugnante o le obligue a rechazar su lectura, a mí me ocurre justo lo contrario, así que luego vinieron (aunque no en este orden): "Amberes", "La Universidad Desconocida", "Estrella Distante", "Amuleto", la MONUMENTAL "Los Detectives Salvajes", "Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce seguido de Diario de Bar", "Una Novelita Lumpen", "Entre paréntesis".... ahora estoy con "Los Sinsabores del verdadero Policía" y, por si fuera poco, por su culpa, leí y leo, porque la poesía no se deja de leer jamás, a Nicanor Parra, Enrique Lihn, y Mario Santiago (Ulises Lima).

Comprendo la opinión de más de uno sobre la obra de Bolaño, sobre el éxito obtenido tras su muerte, tal vez yo tendría la misma si no me hubiese atrapado su literatura, pero incluso los mayores detractores deberán admitir después de visitar el archivo Bolaño, que no se trata de una casualidad o un golpe de suerte o simplemente de mitomanía: Roberto Bolaño era (sigue siendo) un escritor en mayúsculas; sus notas, su trabajo previo a la novela definitiva que entregaba a la editorial son un ejemplo claro y lo pude ver con mis propios ojos, todos los que han visitado la exposición lo han podido comprobar. Hemos visto de su puño y letra sus notas en sus libretas, casi me sentí un intruso, un cotilla observando sus cuadernos (años y años escribiendo sin cesar... me hizo sonreír una nota en concreto que pertenece a "Los Detectives Salvajes" donde lo primero que podemos leer es: Arturo Belano: Yo), su biblioteca personal, sus gafas. Pero no fue eso lo que me emocionó, que quizá un poco sí, pero no, lo que de verdad me afectó, lo que hizo que tuviera que contener mis lágrimas (casi me echo a llorar, no miento, y si en ese momento no hubiese estado solo y ese alguien me hubiese dirigido la palabra o preguntado algo, habría flaqueado y estallado en un llanto enigmático para esa persona), fue una fotografía. Una simple fotografía. Un retrato familiar de Bolaño en París donde le podemos ver con su sonrisa habitual mientras sostiene a uno de sus hijos en brazos, en una mochila, a un año de su muerte. 
Tal vez mi reciente paternidad tenga mucho que ver con esa repentina emoción tan profunda, tal vez sea la lección aprendida de la que hablaba antes, quizá sólo soy un maldito mitómano.



(La reseña prometida, la de "Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce seguido de Diario de Bar", la verás en "Bolaño 2, la reseña prometida")


A los que quieran conocer a fondo a Roberto Bolaño les recomiendo acercarse a este blog:






Leyendo se aprende a dudar y a recordar

Hoy he tenido un sueño extraño, una suculenta pesadilla (me he hartado de comer tortitas y hot dogs con mucho ketchup, patatas fritas y todo ello aderezado con grandes vasos de Coca~cola). Ha resultado una magnífica obra de ciencia ficción en la que también aparecían agentes de negro y un par de matones de metro cincuenta muy musculados con el pelo engominado y que iban vestidos con camiseta imperio, shorts ochenteros de color naranja -los zapatos no los he llegado a ver porque me han inmovilizado y me estaban dando de hostias. Yo también les he dado bastante pero me he despertado antes de terminar la reyerta o tal vez he perdido el conocimiento en ella, no lo sé, y me he quedado con ganas de saber qué sucedía después- sin duda esta trama la ha generado mi mente, y ya se sabe que en el duermevela o en nuestros sueños somos excepcionalmente brillantes y muchas veces logramos hallar la solución final, el secreto universal, aunque también siempre, eso sí, lo olvidamos todo a las pocas horas, minutos diría yo, y toda nuestra genialidad pasa a ser un montón de recuerdos desordenados de lo que podría haber sido un bonito relato.
En un principio he pensado que todo era por culpa la novela que voy a leer a partir de hoy, "Embassytown" (La ciudad embajada) de China Miéville, un autor de ciencia ficción del que ya leí "La ciudad y la ciudad", de la que me gustó mucho el escenario pero muy poco lo que ocurría en él. Aun y así le doy una segunda oportunidad, todos la merecemos.
Pensándolo bien quizá he mezclado situaciones Bolañianas en el asunto. El escritor chileno de Blanes había leído bastante ciencia ficción y puede que sí, que haya contribuido en mi sueño estar leyendo "Los sinsabores del verdadero policía" y que a él, a Bolaño, parte de esas lecturas le influyeran en su día y de alguna forma estén presentes en su obra. Pero también estoy leyendo poemas de Alejandra Pizarnik y de Nicanor Parra, y también el extenso prólogo de Enrique Vila-Matas de "En un lugar solitario" y... bueno, pues nada, que al final sólo he podido anotar algunos recuerdos en tuits cuando me he levantado, y después he retuiteado uno de que curiosamente ha colgado el administrador de su cuenta tres horas después de los míos y que viene muy bien aquí y ahora:

Acabo de regresar de una ciudad que no existe, una del futuro. He despertado mientras me deshacía de un par de matones en unos wc's de lujo.
Yo era una especie de agente y sospecho que me han traicionado mis jefes. Mi sordera me incapacita en mi trabajo. Tengo mucha información...
Estoy relatando mi pesadilla y, créanme, aún no he comenzado a leer

Es asombroso que cada mañana nos despertemos cuerdos después de haber pasado por esa zona de sombras, por esos laberintos de sueños. (Jorge Luis Borges)

¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.

(Los sinsabores del verdadero policía - Roberto Bolaño)