De
un tiempo a esta parte, temas como el anhelo por desaparecer, el
suicidio y/o la muerte, el nihilismo o la felicidad/infelicidad están
presentes en muchos de los libros que leo. Esto, que de entrada puede
parecer algo deprimente, no lo es en absoluto. Al menos no lo es para
mí.
He
de aclarar que no los elijo a propósito. No voy buscando libros en los
que aparezcan tramas parecidas, es más, me gusta la variedad. Simplemente llego a
ellos empujado por algún tipo de vínculo; a veces una novela me lleva a
leer otra (la mayoría de las ocasiones es así), a veces es una canción,
un poema o una entrada en un blog los que me hacen decidir cuál será la
próxima lectura, e incluso, a veces, puedo simultanear dos o tres
libros, pero eso ya es por culpa de mi impaciencia.
No sé decir si tal
vez es esa la razón -el hecho de que un libro lleve a otro- por la que,
ocurre por temporadas, un mismo tema es recurrente. Hubo un tiempo que
fueron los sueños y deseos los que aparecían una y otra vez (de hecho la
frase La responsabilidad empieza en los sueños,
que sirve de frase de cabecera en este blog, la leí en tres libros
distintos: “Tristano muere” de Antonio Tabucchi, escritor italiano que
murió hace pocos días, en “Kafka en la orilla” de Haruki Murakami y en
“Amor peligroso” de Ben Okri.), en otra temporada fueron los universos
paralelos y, en concreto el solipsimo, los asuntos que se repetían.
Ahora le está tocando el turno a las desapariciones voluntarias.
Uno
de los primeros libros que he leído este 2012 es “Amarillo” del
escritor recientemente fallecido Félix Romeo. Un tipo que merecía todos
mis respetos por, entre muchas otras cosas, confesar que toda la
literatura que conocía la había aprendido en la poesía de Rimbaud y en
las letras de Morrissey.
Obviamente
sabía a qué me enfrentaba cuando me interesé por “Amarillo”. No hubo
sorpresa alguna en ese sentido, el libro trata directamente sobre el
suicidio de su amigo Chusé Izuel: Este
es un libro sobre el crimen perfecto. Sobre la memoria, sobre la
imposibilidad de recordar, sobre la imposibilidad de escribir libros
sobre la vida que sean reales. Sobre las cuatro cosas que recuerdo de
ti. Sobre todo es un libro sobre las mil cosas que no recuerdo de ti y
sobre las mil cosas que ignoro de ti, y quiero seguir ignorando. Todo
empieza con una pregunta: ¿cómo no me di cuenta de que te ibas a
suicidar? De esta pregunta sale otra pregunta: ¿por qué tu muerte me
produjo un alivio tan grande? De esta pregunta sale otra pregunta: ¿soy
responsable de tu muerte? Y de esta pregunta sale una última pregunta:
¿por qué desde hace años arrastro una terrible sensación de culpa por tu
muerte?
(Félix
Romeo recuerda que Freud aseguraba que un suicida es un asesino
frustrado, que se mata a sí mismo por no matar al causante de su mal).
Un
suicida, por muchas explicaciones que haya podido dejar tras de sí
(tanto da sobre el papel, en cinta de sonido o en cinta de vídeo),
parece llevarse siempre consigo un secreto, un gran misterio que jamás
podrá ser resuelto.
Además de este fragmento, que
me parece muy acertado o cercano a conjeturas que siempre han bailado
por mi mente sobre ese último instante en la vida de un suicida,
“Amarillo” aportó uno de esos vínculos de los que hablo, de los que me
llevan a otra lectura. Chusé Izuel en una carta a Romeo le habla de una
novela que está leyendo y de la que debe hacer una reseña. Le decía en
esa carta que el libro le estaba gustando, que le hacía pensar en la
obra de -otro suicida- John Kennedy Toole, autor de “La conjura de los
necios” (no lo pude evitar, después de “Amarillo” leí la otra novela de
Kennedy Toole escrita cuando sólo contaba con quince años de edad, “La
biblia de neón”).
Pues
bien, esa novela de la que hablaba Chusé Izuel en su carta, ya está en
mi biblioteca, la conseguí de segunda mano y en breve la empezaré a
leer. Se trata de “Tomas Jonsson. Bestseller” del escritor islandés Guðbergur Bergsson. Escrita
en 1966 y publicada en España por Alfaguara en 1990, está considerada
como la primera novela contemporánea de la literatura islandesa.
Bergsson es un autor a tener en cuenta, y más si consideramos la opinón
que tiene sobre él Milan Kundera, uno de sus más fervientes admiradores.
Precisamente estoy leyendo “El libro de los amores ridículos” de
Kundera, y en él -¡qué sorpresa!- hay un relato donde el suicidio también hace
acto de presencia. Aunque, como aquí estamos ante un libro con una gran
dosis de humor, la tragedia se relativiza. Pego aquí sólo un pequeño ejemplo:
Y
el tiempo corría ya a toda prisa y de pronto se encontró en el cuarto
de baño, frente al espejo oval que está encima del lavabo, sosteniendo
con la mano derecha un espejito redondo por encima de la cabeza y
observando de reojo la incipiente calva; aquella visión le familiarizó
de repente (sin preparación alguna) con la trivial constatación de que
lo perdido perdido está. El malhumor se hizo crónico y hasta se le pasó
por la cabeza la idea de suicidarse. Naturalmente (y es menester
subrayarlo para que no veamos en él a un histérico o un idiota) era
consciente de la comicidad de semejante idea y sabía que nunca la
llevaría a cabo (se reía para sus adentros de su carta de despedida: No he podido resignarme a la calvicie. ¡Adiós!), pero ya es bastante que semejante idea, por platónica que fuera, se le hubiera ocurrido.
Hoy
mismo he terminado de leer “Ocho escenas de Tokio” del japonés Osamu
Dazai. Este escritor intentó suicidarse cuatro veces sin éxito, hasta
que en 1948 cuando tenía 39 años lo logró arrastrando con él a su
amante. Si ya me cuesta entender que alguien decida quitarse la vida,
aún entiendo menos que convenza a otra persona para que lo hagan juntos. Y no
era la primera vez, en un primer intento de suicidio en pareja él
sobrevivió y ella, una chica distinta (Tanabe Shimeko), murió.
Osamu
Dazai nos narra en los diez relatos de “Ocho escenas de Tokio”
prácticamente toda su vida, y habla abiertamente de los intentos de
suicidio, las adicciones a drogas y a la bebida, de las deudas y del
sentimiento de culpa. No sé si podría decir que es el precedente de un
Chinaski japonés, pero a decir verdad he de reconocer que en más de una
ocasión me ha evocado algunos episodios de relatos de Charles Bukowski,
otro escritor con tendencias suicidas (aunque al final, después de haber
vivido al límite, lo que le mató con setenta y tres años fue una
leucemia).
Hay
otros libros donde el suicidio (o el intento del mismo) es parte importante de la
narración y que he leído -por pura casualidad- recientemente, algunos
prefiero no mencionarlos porque podría estropear la trama, otros
ejemplos son “El malogrado” de Thomas Bernhard o “El adversario” de
Emmanuel Carrère.
¡Wow! ¡Cuánta información! Empezando por el principio ahora entiendo porque me has recomendado "Amarillo", que inmediatamente lo he apuntado a mi lista de pendientes. ¿No has participado en la lectura de "Sukkwan Island"? Yo sobre esta temática puedo contar dos entre mis lecturas de 2012: "The sense of an ending" (que será publicado en castellano en Otoño) y "Sukkwan Island". En “Knockemstiff” de Pollock el suicidio también marca el curso de un relato, pero no consigue acaparar mucho protagonismo si atendemos a la visión global que uno se queda cuando termina la lectura.
ResponEliminaPor último, decirte que durante mi última lectura ("Jerusalen") me he acordado de ti, porque hay un fragmento, una frase más concretamente, que bien podría haber sido sacada del libro de Vila-Matas: "Aparecer porque se quiere desaparecer. Aparecer porque se quiere hacer desaparecer otra cosa. El altruismo material era el altruismo moral y no había otro" (traducción propia de la edición portuguesa).
Gracias por tu visita y por dejar este interesante comentario. Sigo tus consejos de cerca ;) Sukkwan Island ya lo había leído, estuve siguiendo vuestros comentarios. Yo con Sukkwan sentí algo parecido a cuando vi El Resplandor: terror y manipulación psicológico a raudales ... Me ha encantado el párrafo de Jerusalen, gracias. Desaparezco de nuevo ;)
EliminaDe los que propones Amarillo reconozco que es espectacular, pero siento una predilección especial por El malogrado. Lo he disfrutado en las dos ocasiones que lo he leído.
ResponEliminaSukkwan me gustó ya que lo comentáis, pero su autor ha perdido muchos puntos con su segunda obra.
Un saludo
Mientrasleo, gracias por dejar el comentario y por visitar el blog.
EliminaEn El Malogrado encontré cosas muy interesantes, sobre todo esa manera de ir directo al punto sin rodeos. Aun sabiendo que la retórica es un sello característico de Bernhard, he de reconocer que eso fue algo que consiguió sacarme un poco de mis casillas, muy poco, pero algo sí. Saludos, te sigo de cerca ;)
Da la casualidad que el sábado 14 de abril, día de mi cumpleaños -39 bien llevados-, Silvia me regaló (de verdad que es pura casualidad, los tenía preparados antes de escribir yo este post) dos libros, uno titulado Cadáveres exquisitos, ahí es nada jejeje, y el otro es La Universidad Desconocida de Roberto Bolaño; en la página 74 encontramos este poema:
ResponEliminaLA ÉTICA
Extraño mundo amoroso: suicidios y asesinatos; no hay dama magnética, Gaspar, sino Miedo y la velocidad necesaria del que no quiere sobrevivir.
Me quedé pensando en conexiones y hace un par de días me di cuenta que, tal vez no sean libros de muertes, pero si que ando leyendo libros de autores fallecidos de forma "trágica".
ResponEliminaComo ves, me dejaste pensativa, he caído al pensar en Márai un poco más profundamente y hacer una reflexión.
Besos
Es curioso, lo de las conexiones digo. Ahora mismo estoy pensando que Paul Bowles aparece en Aire Nuestro de Vilas. Luego vi que @gancedo estaba leyendo El cielo protector, y ahora aparece en Los cuadernos del Hafa. Otra conexión últimamente es la generación beat, sobre todo Burroughs: Mantra y Los cuadernos... Y Ginsberg que también aparece en Aire Nuestro y en Los cuadernos y en Éramos unos niños de Patti Smith... curioso, sí... Gracias por pensar y dejar aquí tus reflexiones
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