De nuevo Cormac McCarthy por aquí, y supongo que serán muchas más las veces que aparecerá en el blog a juzgar por cómo me deja el cuerpo después de leer algo suyo; una sensación que perdura incluso con el paso del tiempo. Y es que el recuerdo de las novelas de McCarthy te persigue, te impregna y difícilmente te abandona, es como cuando rememoras momentos de tu vida al percibir ciertos olores o escuchas ciertas canciones.
"En la frontera" hay de nuevo rasgos comunes y el sello inconfundible de McCarthy:
desolación y movimiento o, si lo preferís, error y errar (errar de andar vagando de una parte a otra) o, simplemente, búsqueda.
No voy a contar nada de la trama que, aunque buena y entretenida, es una mera excusa para exponer el diálogo interior de alguien, se supone que del propio McCarthy, sobre la culpa y la expiación... De nuevo Dios vuelve a estar presente aquí y es, a través de distintos personajes que va encontrando el protagonista en el camino, que se hilvana un debate sobre el bien y el mal, si merece la pena tener fe o no. El marco para que esto suceda no podría ser más acertado, todavía ahora me revuelve el estómago pensar en sucesos acaecidos en algunas partes de México que descubrí buscando en Internet fotos de los pueblos que aparecen en "En la frontera"; sucesos que nada tienen que ver con la novela, pero que de alguna forma estarán unidos a ella para siempre en mi memoria, algo parecido me ocurre con "2666" de Roberto Bolaño.
En mi opinión esta es una novela cíclica donde el orden sería: errar, sentimiento de culpa, tratar de enmendar y vuelta a empezar en una magistral parte final (final del libro que no de la historia).
Estamos ante una novela que uno puede leer sin problema, sin comerse la cabeza siguiendo la trama, o, leer entre líneas y descubrir lo que realmente nos quiere contar Cormac McCarthy. Las dos opciones son válidas pero yo opté por la segunda. Si se llevara al cine, como ya se ha hecho con algunas de sus obras, se perdería el diálogo interior del que hablo más arriba, pero estaríamos igualmente ante un argumento muy potente, aunque es innegable que cada página está repleta de sentencias que, al menos a mí, me han obligado a parar la lectura y reflexionar. He tardado en leer "En la frontera" mucho más de lo habitual, pero no me arrepiento en absoluto. He disfrutado con todas las pistas que va dejando caer, con las insinuaciones, con lo que no acaba de dejar claro pero sin embargo está ahí y, ya sea o no intención del autor que deduzcamos algo equivocado o acertado, de nuevo McCarthy se nos presenta como un experto creador de escenas de las que se puede conjeturar largo y tendido hasta llegar a varias conclusiones distintas.
"En la frontera" es un canto a la naturaleza, el grito apagado de la resignación, un intento por abolir los abusos, y, ante todo, pura filosofía.
Esta ha sido otra lectura conjunta, aunque yo me he quedado rezagado. Siempre os he tenido en mente, y es que cualquier lectura del "maldito" va intrínsecamente unida para siempre jamás a los amigos del café literario.
"En la frontera" es la segunda entrega de la
Trilogía de la frontera formada por "Todos los hermosos caballos", "En la frontera" y "Ciudades de la llanura".
Ya, para terminar, no puedo evitar compartir algunas de las frases que he ido subrayando y que espero os parezcan tan impresionantes como a mí:
Los que no pueden recordar la sangre de la guerra son siempre los más ardientes para la lucha.
Le dijo al chico que aunque fuera huérfano debía dejar de vagar y buscarse un lugar en el mundo, porque errar de aquella manera podía convertirse para él en una pasión y que dicha pasión lo extrañaría de los hombres y en última instancia de sí mismo.
Si se los separa de sus historias los objetos carecen de significado. Solo son formas. De determinado tamaño y color. De determinado peso. Cuando su significado se pierde para nosotros dejan incluso de tener nombre.
La vida es memoria y luego nada.
Todo lo que uno deja de mirar amenaza con desaparecer.
En última instancia el camino de un hombre es el camino de los demás. No hay viajes individuales, pues no hay hombres individuales que los hagan. Todos los hombres son uno y no hay otra historia que contar.
...compartir el pan no es cosa sencilla, como tampoco lo es aceptarlo.
Yo opino que es mejor dedicarse al estudio de las cosas más pequeñas. Las grandes vendrán después. En las cosas pequeñas se puede progresar.
Si uno se queda quieto el mundo se esfuma.
...se preguntó si a lo que finalmente había llegado no sería que ya no era capaz de distinguir lo que había pasado de lo que no era más que una apariencia.
Hablaba como quien parece entender que la muerte es la condición de la existencia y la vida una emanación de aquella.
El mundo no tiene nombre, dijo. Los nombres de los cerros y las sierras y los desiertos solo existen en los mapas. Los nombramos para no extraviarnos. Y sin embargo empezamos a inventar esos nombres porque ya nos habíamos extraviado. El mundo no se pierde. Somos nosotros los que nos extraviamos.
El mentiroso debe, en primer lugar, saber la verdad.
De sus vidas precedentes habían llegado a la misma interpretación que antes que ellos sus padres. Que el movimiento es en sí mismo una forma de propiedad.