Los sábados y domingos por la tarde, en especial en otoño, pero sobre todo los domingos a partir de las siete de la tarde, me invade una tristeza inexplicable que arrastro desde muy pequeño y que nunca me ha abandonado. Una sensación recurrente también cada año cuando quedan pocos días para Navidad y las luces y los escaparates te ofrecen algo que no puedes obtener. Aunque no por ser una sensación triste es desagradable. Algo parecido me ocurre con según que canciones: Wicked Game de Chris Isaak, Song to the Siren en la versión de This Mortal Coil, Johnnny Guitar de Peggy Lee (un tema que he descubierto recientemente en un taller de musicoterapia) o el Please, Please, Please, Let Me Get What I Want de The Smiths. Lejos de deprimirme, esa "tristeza" me anima, es el estado tristefeliz. Es el sábado y domingo de sofá con una revista entre las manos o repantingado y simplemente escuchando a todo volumen el vinilo de Bill Callahan que con su enorme voz te transporta a otros lugares mientras afuera la oscuridad llega a una hora absurda.
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