La historia de la vecina del tercero (revisitada y su variante)

Tenía ocho años y su única preocupación consistía en conseguir algo de dinero para gastarlo en golosinas o en petardos que luego, en compañía de sus amigos, hacía estallar en los sitios más disparatados. Una vez hicieron volar por los aires una mierda de perro en mil pedazos. Aunque muchos considerarán que es una gamberrada un poco salvaje, para esos críos era algo muy divertido y les hacía reír unos cuantos días.
Corría 1982 y los dibujos animados del sábado a las tres de la tarde los protagonizaba una naranja del sexo masculino que además era la mascota del mundial de fútbol, pero no le gustaban los dibujos de Naranjito y, en aquellos primeros años de su vida, aún menos el fútbol. Así que nunca siguió con atención ni una cosa ni la otra. Ahora, cuando revive recuerdos de esa época, aparecen entremezcladas conversaciones, travesuras y alguna canción que sonaba en la radio de su madre. Ella solía escuchar a Manolo Escobar, El Fary o a Los Chichos. No tiene nada en contra de ese estilo musical, pero envidia a los que en su infancia sus padres les ponían discos de Miles Davis, Cat Stevens o Bob Dylan. Incluso a los que escuchaban Triana o Lluis Llach les tiene mucha envidia. Los primeros discos en vinilo que escuchó fue en casa de sus vecinos. La niña del tercero tenía un tocadiscos portátil en el que hacía sonar una y otra vez la canción Don Diablo de Miguel Bosé, pero en la versión del grupo infantil Parchís. Siempre quiso tener un tocadiscos igual que el de ella para poder poner cualquier otra canción, pero no llegó hasta muchos años después. Antes llegaría un walkman de cassette y una cinta de Alaska y Dinarama. Eso fue cuando estaba en octavo de E.G.B., le regalaron la cinta "Deseo Carnal" después de insistir mucho por su cumpleaños. Se obsesionó con la canción "Ni Tú Ni Nadie" después de oír como la cantaba una niña. Sobre todo le gustaba cuando se le unía todo un grupo de chicas y cantaban al unísono, saltando y riendo, la parte de "mil campanas suenan en mi corazón" mientras los demás esperaban en fila antes de entrar cada curso a su clase. Sentía un amor intenso, sincero y profundo por Alaska y jamás se perdió el programa de los sábados por la mañana "La Bola de Cristal". Más adelante conseguiría las cintas de las bandas sonoras de Breakdance y Beat Street y muchos megamixes de finales de los ochenta, pero esa es otra historia, sigamos en el 82.
Un día, en clase de tercero, una niña que se llamaba Tere les anunció a todos con absoluta solemnidad y en mitad del aula que en 1984 se acabaría el mundo. Que lo había anunciado un tal Nosferatu y que siempre acertaba en sus predicciones. Vaya dos años les hizo pasar la niña. Se lo habrían ahorrado si se hubiesen acercado a una biblioteca a consultar en algunos libros y así esclarecer lo que supieron años más tarde, que Tere confundía el nombre de Nostradamus con el de un vampiro y que el año anunciado era el 3797 y no el 1984. Aunque en cierta forma fue verdad, para mucha gente entonces acabó el mundo, su mundo... pero aún quedan dos para llegar a ese Orwelliano año, y aunque es posible que ahora mezcle recuerdos, sabe perfectamente qué pasó una noche de aquel ya lejano 1982. Estaba durmiendo cuando los gemidos y lamentos que provenían de una mujer arrodillada en el suelo de su habitación le despertaron. Lloraba como las personas que lo han perdido todo. Era extraño, porque sentía tranquilidad y paz, y en ningún momento se asustó. Tenía claro que no se trataba de su madre, era imposible. Quien estaba allí era su vecina, la madre de la niña del tocadiscos. Cómo pudo entrar esa mujer en su casa es todavía un misterio, y por qué se postró en el suelo de su habitación también lo es. Pero el mayor misterio es lo que sucedió al día siguiente a primera hora de la mañana, cuando jugando con su hermana -ya llevaban rato en plena batalla arrastrando sillas por el pasillo y cantando como locos la canción Don Diablo- llamaron al timbre de casa. Abrieron la puerta y se asomó una señora que les instó a que dejaran de hacer tanto ruido, en el piso de abajo estaban velando a la señora Carmen que acababa de fallecer y debían mostrar más respeto. Con ocho años ya estaba familiarizado con la enfermedad. En la misma calle pocos días antes había muerto Ramón, un niño de su edad, de leucemia. Ramón y Carmen eran los últimos de seis que habían perdido la vida después de que les diagnosticaran un cáncer. En el mismo barrio y en los dos últimos años, distintos tipos de esa enfermedad se estaban apoderando de sus vecinos sin distinguir edades ni condición social. Años más tarde, después de decenas de muertes, el ayuntamiento ordenó retirar las gigantescas torres de electricidad que atravesaban la calle principal.
Eran pequeños y traviesos, pero dejaron los juegos y los gritos de inmediato. No logra recordar que hicieron a partir de ese momento y durante el resto de aquel día, pero sí de que en algún momento de la tarde vieron bajar entre varias personas un ataúd por las escaleras. Esa imagen permanece en su memoria como la de su madre bañada en sudor y bajando por esas mismas escaleras dos días antes, sujetada por su padre desde atrás y ella agarrándose a la enorme barriga; iban a por otra hermanita.
Durante mucho tiempo intentó averiguar qué razón tendría la señora Carmen para ir a su habitación justo antes de morir. Quiso su mente infantil creer que durante su ascenso al cielo hizo una parada en el cuarto piso, en la casa de sus vecinos, quizá para dejar algún tipo de mensaje; algo así como pedir protección para su hija. Pero cada vez se le hacía más difícil creer en ese cielo. Era creyente sólo porque sus padres no lo eran, por llevar la contraria, y lo fue hasta que se dio cuenta de que para ser feliz debía pecar.
De tanto leer a Philip K. Dick le da por pensar que quizá nada de todo eso sucedió, que simplemente lo sueña desde otra dimensión, desde la muerte. Tal vez, en realidad, quien estaba allí llorando era su madre por su muerte y por eso no sentía ningún miedo. Así, todo lo que ha vivido desde entonces no es más que un recuerdo que se va desvaneciendo, poco a poco.

VARIANTE

Corría el año 1982. Los dibujos animados del sábado a las tres y media de la tarde los protagonizaba una naranja del sexo masculino que era la mascota del mundial de fútbol. A mí no me gustaba “Fútbol en Acción” ni su protagonista Naranjito y, en aquellos primeros años de mi vida, tampoco el fútbol. Así que nunca seguí con atención ni una cosa ni la otra. La primera vez que escuché discos de vinilo fue en casa de nuestros vecinos. La niña del tercero tenía un tocadiscos portátil en el que ponía una y otra vez “Don Diablo” de Miguel Bosé en la versión de Parchís. Siempre quise tener un tocadiscos como el suyo para poder poner cualquier otra canción. Años después oí a una niña del colegio en la hora del recreo cantar “Ni Tú Ni Nadie” de Alaska y Dinarama y logré que me regalaran por mi cumpleaños, después de insistir mucho, el single de esa canción. La parte que más me gusta recordar es cuando se le unió todo un grupo de sus amigas y cantaron al unísono, saltando y riendo, la parte de “mil campanas suenan en mi corazón...”. Pero estábamos en que corría el año 1982 y mi vecina del tercero y su disco de Parchís. Pues bien, una noche me despertaron los sollozos de una mujer arrodillada a los pies de mi cama. Era la madre de la niña del tercero. Aún no sé qué quiso decirme con esa visita ni cómo entró. Si pretendía que fuese el mejor amigo de su hija, no lo consiguió. No entendí el mensaje, yo sólo tenía 8 años y aún no estaba familiarizado con el lenguaje de los adultos. Me miró con ternura. Me acarició. Sus manos olían a cebolla. Dejó el  tocadiscos portátil de su hija en el suelo y se fue. De vez en cuando todavía pongo Don Diablo, pero como mínimo dos veces al día lo que se puede oír es “...fuiste tú el culpable o lo fui yo ni tú ni nadie, nadie, puede cambiarme...”.

4 comentaris :

  1. Me ha encantado, Jordi. Muchos recuerdos me vienen a mí también al leer tu relato.

    bsos!

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  2. Gracias Rosalía. El cuento original lo publiqué en mi primer blog en spaces. De eso hace ya como siete años. En algún lugar debo guardarlo y supongo que si lo encuentro lo pegaré por aquí. Estoy convencido que se parecen tanto como el revisitado y la variante ;)
    Está basado en hechos reales, como todo lo que escribo.
    Besos!!!

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  3. madre mía..he echo un viaje al pasado...sabes?? mis amigas y yo también cantabamos la canción de Alaska..a quien le importa lo que yo haga...uuff!!los pelos de punta..y en casa de mis abuelos Manolo Escobar era el rey..es muy chulo el cuento de verdad!!felicidades!!

    mar.

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  4. Gracias Mar por la visita y dejar el comentario. Un abrazo!

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