No voy a hacer una reseña al uso. Sólo corto y pego algunas citas de El Palacio de la Luna y cuelgo tres fotografías. Dos de ellas las tomé yo, se trata de escenarios que aparecen en la novela y que describe fielmente Thomas Effing. En 2010 tuvimos la suerte de pasear y conducir por varios de los lugares que se describen en la parte del Oeste y puedo asegurar que lo que sienten los personajes lo vivimos en nuestras propias carnes. (Curiosamente en la foto de Monument Valley, en la parte izquierda, aparece la luna).
Foto LilVia: de Ruta, Death Valley |
La otra fotografía es de la obra Luz de Luna de Blakelock, descrita por Marco Stanley Fogg, el protagonista, en las páginas 144-145 cuando visita el Brooklyn Museum. Esa descripción también la corto y pego justo debajo de la misma.
Otra cosa que me gustaría recomendar a todos los que han leído o piensan leer esta novela, además de consultar sobre algunos personajes reales o obras de arte que se mencionan en ella, es leer El País de las Úlimas Cosas y El Libro de las Ilusiones, en ambas novelas aparecen de nuevo personajes que ya hemos conocido en El Palacio de la Luna.
"Las exigencias de las palabras son demasiado grandes; uno conoce el fracaso con excesiva frecuencia para poder enorgullecerse del éxito ocasional".
Foto Lilvia: Monument Valley |
Moonlight-Ralph Albert Blakelock |
"Una luna llena perfectamente redonda ocupaba el centro del lienzo -el centro matemático exacto, me pareció- y este pálido disco blanco iluminaba todo lo que había por encima y por debajo de él: el cielo, un lago, un árbol grande con ramas como arañas y las montañas bajas del horizonte. En primer término había dos pequeñas zonas de tierra, separadas por un riachuelo que corría entre las dos. En la margen izquierda se veía una tienda india y una hoguera; parecía haber varias figuras sentadas alrededor del fuego, pero era difícil distinguirlas, eran sólo mínimas sugerencias de formas humanas, unas cinco o seis, enrojecidas por el reflejo de las ascuas de la hoguera; a la derecha del árbol grande, separada de las otras, se veía una solitaria figura a caballo que miraba por encima de la corriente, completamente inmóvil, como perdida en sus pensamientos. El árbol que tenía detrás era unas quince o veinte veces más alto que él y el contraste le hacia parecer enano, insignificante. Él y su caballo no eran más que siluetas, perfiles negros sin profundidad ni individualidad. En la otra margen las cosas eran aún más tenebrosas, casi totalmente sumidas en las sombras. Había unos cuantos árboles pequeños con las mismas ramas como arañas del árbol grande y luego, en la parte inferior, una diminuta mancha de claridad que me pareció podría ser otra figura (tumbada de espaldas, tal vez dormida, tal vez muerta, tal vez contemplando la noche) o tal vez los restos de otra hoguera, no pude llegar a una conclusión. Me entregué de tal modo al estudio de estos oscuros detalles de la parte inferior del cuadro que cuando finalmente levanté la vista para examinar otra vez el cielo, me sorprendió ver lo luminoso que era todo en la mitad superior. Incluso teniendo en cuenta la luna llena, el cielo parecía demasiado visible. La pintura brillaba a través de las agrietadas capas de barniz que cubrían la superficie con una intensidad antinatural, y cuanto más me adentraba hacia el horizonte, más luminoso se volvía ese resplandor, como si allí fuera y las montañas estuvieran iluminadas por el sol. Una vez que noté esto, empecé a ver cosas raras en el cuadro. El cielo, por ejemplo, tenía una tonalidad fundamentalmente verdosa. Salpicado por los bordes amarillos de la nubes, se arremolinaba en torno al árbol grande en un denso torbellino de pinceladas, adquiriendo forma de espiral, un vórtice de materia celestial, en el espacio profundo. ¿Como podía ser verde el cielo?, me pregunté. Era del mismo color del lago, y eso no era posible. Excepto en la negrura de la más negra de las noches, el cielo y la tierra son siempre diferentes. Blakelock era claramente un pintor demasiado diestro para no saber esto. Pero si no había intentado representar un paisaje real, ¿qué era lo que se había propuesto? Hice todo lo que pude por imaginármelo, pero el verde del cielo me lo impedía. Un cielo del mismo color que la tierra, una noche que parecía el día y todas las formas humanas empequeñecidas por la grandeza del paisaje, sombras ilegibles, simples ideogramas de vida. No quería hacer juicios simbólicos atrevidos, pero, basándome en la evidencia del cuadro, no parecía tener alternativa. A pesar de su pequeñez en relación con el entorno, los indios no revelaban ningún temor ni ansiedad. Estaban cómodamente sentados, en paz consigo mismos y con el mundo, y cuanto más pensaba en ello, más me parecía que esa serenidad dominaba el cuadro. Me pregunté si Blakelock no habría pintado el cielo verde para poner de relieve esa armonía, para mostrar la conexión entre el cielo y la tierra. Si los hombres pueden vivir cómodamente en su entorno, parecía decir, si pueden aprender a sentirse parte de las cosas que les rodean, entonces quizá la vida en la tierra estará imbuida de un sentimiento de santidad. Naturalmente, era sólo una suposición, pero se me ocurrió que Blakelock había pintado un idilio norteamericano, el mundo que los indios habían habitado hasta que apareció el hombre blanco para destruirlo. La placa que había en la pared decía que el cuadro había sido pintado en 1885. Si la memoria no me fallaba, eso era justo a la mitad del periodo del Último Baluarte de Custer y la masacre de Wounded Knee; en otras palabras, al final, cuando ya era demasiado tarde para conservar la esperanza de que ninguna de estas cosas sobrevivieran. Tal vez, pensé, este cuadro quería representar todo lo que habíamos perdido. No era un paisaje, era un monumento, una canción fúnebre para un mundo desaparecido”.
Más reseñas:
10.15 Saturday Night
Quant de suc xiquet!
ResponEliminaJo me'l vaig llegir fa un 7 o 8 anys ben recomanat per tu, naturalment, i potser repetiré.
Petonet.
Has vist? De vegades paga la pena una segona vegada i investigar ;)
ResponEliminaPetonet
Lo leí hace tiempo y me gustó mucho, pero es que a mí me encanta todo lo que escribe Paul Auster, jeje.
ResponEliminabsos!
He disfrutado todos sus libros, éste es la segunda vez que lo leo y creo que lo haré con alguno más como Mr. Vértigo o Leviatán.
ResponEliminaBesos
"Mr. Vértigo" es el primer libro que leí de Auster y ya nunca pude parar ...
ResponEliminabsos!
Yo empecé con La Música del Azar después de ver Smoke. Y lo mismo, ya no paré...
ResponElimina;)
Yo empecé con Auster gracias a El Palacio de la Luna. Luego vinieron todos los demás. Para mí Auster tiene un "flow" narrativo maravilloso, un talento único para hacer de la realidad más mundana algo apasionante... Con Libertad estoy volviendo a sentir las sensaciones que me produjo El Palacio de la Luna...
ResponEliminaVaya trabajo que has hecho poniendo esas citas. El momento de visita al museo y observación del cuadro que parece "engullir" al protagonista..es uno de mis favoritos de la novela... Quizás no es mi mejor momento - la novela se me atasca un poco (todavía tengo por leer esas últimas 50 páginas) pero he de reconocer que Auster tiene momentos brillantes - como esas citas que nos presentas. Leeré el Sunset Park...
ResponEliminaA mí me fascina la capacidad de Auster por reunir tantos datos reales y hacer que coincidan con la vida de sus personajes. Crea un puzzle con el azar y las casualidades. El resultado del rompecabezas no siempre es obvio, en una segunda lectura descubres más. Recomendar libros es muy difícil, pero con Auster no se suele fallar...
ResponEliminaVaya, gracias por esta información, los paisajes deben ser increíbles, es verdad que cuando describe la odisea en el desierto puedes imaginarte toda esa inmensidad, pero verlo en persona debe ser toda una experiencia. Me ha sorprendido ver que Blackelocke existió de verdad y que el genial cuadro también. Me uno a Karo, tb creo que es uno de los mejores pasajes del libro, la visita al Museo, Auster total. Un abrazo
ResponEliminaCarol, muchas gracias por la visita y el comentario. Todo el viaje fue alucinante, pero la parte de Death Valley, Monument Valley, conducir en esa carretera perdida... ufff, te quedas sin palabras... Luego lees Punto Omega de DeLillo o El Palacio de Auster, por ejemplo, y comprendes y aprendes cómo se deben poner palabras a determinadas sensaciones. Aún me queda mucho por aprender jejeje.
ResponEliminaEs Curioso, cuando hicimos el viaje, ni Silvia ni yo, comentamos que ese escenario aparecía en el palacio de la luna. Los dos habíamos leído el libro ocho años atrás y nos había gustado mucho. Creo que nos dejamos llevar y engullir por todo lo que nos rodeaba. Un abrazo!